Cada vez que la chica que se sienta en
el cubículo de al lado estornuda, sin pensarlo dos veces digo:
"¡Salud!". Los demás, muy cortésmente dicen: "Bless you!".
A los demás, les da las gracias, a mí no. Después de unos meses, consideré la
posibilidad de que fuera ignorancia y no estupidez la razón de este minúsculo
detalle del convivir laboral. Un día, tras ella disparar al aire un apoteósico
estornudo, dije mi consabido salud y cuando no contestó traté de explicar:
"Salud quiere decir 'health', en español". "Sí, yo sé. Tomé
clases de español desde séptimo grado", contestó. La conversación se
desvió, me explicó todos los años que estuvo aprendiendo español y las clases
que tomó en las que tenía que conversar y ofrecer discursos en español. Me
ofrecí a servirle de interlocutora si un día quería seguir practicando su
español. En cierto momento, tratando de terminar el tema por el que aquella
conversación había comenzado, añadí: “No me gusta decir bless you porque me
suena tan invasivo… ¿qué pasa si eres atea? Con salud simplemente te estoy
deseando salud”. A lo que puso cara de extrañeza y respondío: “Creo que aquí es
una cosa más cultural. Me recuerda cuando en la universidad yo hacía algo bien
pesado. Cuando alguien estornudaba le contestaba en un idioma diferente cada
vez”. Nos quedamos mirando un momento y decidí terminar la conversación ahí
mismo: “Bueno, la diferencia es que este es mi idioma. Tengo una buena excusa”.
Desde entonces, cada vez que alguien estornuda en la oficina trato de responder
un poquito más alto de lo normal: “¡Salud!”.
No comments:
Post a Comment